Pensamientos, definiciones, certezas, dudas...Todo eso puede ser motivo para escribir pero, hacerlo por el simple hecho de tener un espacio sin nada para decir, me parece simplemente horrendo.
En el blog puse que quería escribir (que en este ciberespacio es lo mismo que compartir) cosas que me mueven.
La verdad, fueron varias cosas las que me movieron en estos últimos meses.
El último post, fue en marzo. Hace siete meses. Casi un parto. O un parto prematuro.
Y el dolor es lo que me motiva a reflejar estas líneas.
No el propio. Sino el ajeno.
Los argentinos, por mal que nos pese a los norteños, tenemos el tango en el alma. Somos sufridos o nacidos para sufrir.
Una de las primeras cosas que iba a escribir era sobre el Mundial de fútbol, pero mi amigo Angel Veliz y su blog fueron lo suficientemente descriptivos como para yo intentar sumar alguna que otra curiosa y, quizá, irónica mirada sobre el particular.
Maradona y sus muchachos.
Maradona y sus aciertos.
Maradona y sus engaños.
Maradona y sus lamentos.
Maradona y sus insultos.
Maradona y..... el resto de los mortales que seguimos esperando un milagro que nos renueve la Fe en lo que sea de esta Argentina bendita pero casa vez más alicaída, descreída. Incluso en él. Sólo será hasta que entendamos que los hechos que produjo provinieron de su mente pero fueron ejecutados con su(s) pie (s) -o en todo caso con su mano- y jamás con su lengua, filosa, es cierto, pero en muchas ocasiones desacertada en comentarios poco felices.
Otra cosa que me movió fueron los mineros de Chile. Justo para el día de mi cumpleaños los obreros quedaban atrapados por la madre naturaleza. ¿Una señal? Tal vez. Un accidente, dirán los escépticos aunque en Higiene y Seguridad, materia de moda, insisten y aseguran que los accidentes no existen. ¿Cómo? Todos los hechos desafortunados pueden ser evitados. La seguridad primero.
Más allá de eso quise escribir sobre el rescate. Pero no de los mineros sino de los miles de argentinos que asistimos, al menos por un día, a una transmisión conjunta, unificada, donde el milagro (nuevamente) de un renacimiento verdadero y liberador rompía las cadenas -en cierta forma- de la bruta tinellización.
No pudo ser. El encanto no duró más de 24 horas porque los mismos mineros se encargaron de darle un libreto de primera a los que se llaman periodistas (algunas veces me averguenza estar bajo el mismo paragua) de los canales de chimentos.
Pasó.
Entonces ¿por qué escribir ahora? La muerte de nuestro ex presidente Néstor Kirchner es, para que quizás nos demos cuenta de una vez por todas, que los milagros no existen.
O al menos en este país.
Aquellos que apostaron a este nuevo modelo, y les salió bien (si sos sindicalista, sabés de qué te hablo) quizá no sufran tanto el cimbronazo de su ausencia.
El resto, los que dependían de él, sí. Los que apostaban por su vuelta y su idea de gobernar hasta el 2016 (quizás pretendió ser el héroe de una nueva Argentina en el bicentenario) hoy se hunden en la incertidumbre.
Y la tristeza, por supuesto, aunque no sé qué sensación sentirán primero.
Lo único que saqué de conclusión tras la muerte de Kirchner es que el argentino, si quiere salir del pozo, tiene que comenzar a trabajar. Algo de lo que alguna vez dijo Barrionuevo uno no podría volverse rico.
Milagros, no.