El domingo no amanecí bien. Me dolía el cuerpo y sentía unas terribles turbulencias intestinales que fueron dominadas con la mejor cara de póker que pude poner.
Igual fui a la casa de mamá, que esperaba el almuerzo preparado por mi esposa por tratarse del día de Los Abuelos (en realidad nunca supe si era o no ese día). Carne al horno con ensaladas, acompañado por un buen vino (Uxmal, cabernet-malbec, para más datos) que no lo sentí como en otros días.
Se lo comenté a papá. Me dijo que para él estaba bien. Yo le seguía sintiendo un gusto demasiado alto a alcohol. En realidad, no era el vino. Era yo.
La noche anterior había compartido en la casa de Fabián y Paola otra cita de karaoke.
Ya habíamos ido hacía unas tres semanas más o menos, donde nos divertimos bastante con las canciones que había elegido el dueño de casa. Desde boleros, pasando por las clásicas canciones setentistas ("De boliche en boliche" fue un delirio total) hasta los temas de Los Sultanes. Si, esos que cantaba -bueh, es un decir- "Agente, agente... arrésteme pronto"... La pasamos bien esa noche y volví a casa a eso de las seis de la mañana acompañado de Luis, un ex compañero de trabajo que se prendió en esa sociedad autotitulada "Costumbres Argentinas" en un estado, sorprendente, de sobriedad. Parecía que no habían pasado los años.
La noche del sabado decidimos festejar el día del amigo y pusimos rumbo sur en dirección a la casa de los anfitriones que nos esperaban con caras de desánimo. Eramos los primeros y la idea era arrancar temprano. Igual, poco a poco, se fue llenando el boliche: la colo María José con Daniel, Guillermo con su señora y sus hijos, Luis y su 'amiga' -que era más conocida para nuestros amigos que el propio Luis- y la banda estaba completa. Más tarde se sumaría Marcelo.
Entonces, llegó el momento del karaoke.
Desempolvé mis mejores poses rockeras, años en los que me mimetizaba en la voz de Vicentico, me dejé llevar por la estridencia de la música de Pappo y me hice dueño del micrófono y del pie (la foto me delata), me pacifiqué con Los Piojos y todo lento latino dando vuelta por ahí y seguí la fiesta con otros temas que fueron... demasiados. Casi tantos como los vasos de whisky que había tomado. La madrugada llegó silenciosa como siempre, abrazándote despacio para sumirte poco a poco en el sueño. Y fue hora de partir.
Me sentía bien pero había algo que no me terminaba de cerrar. Era la sensación de estar haciendo algo que no hacía hace mucho y, aunque no estaba prohibido, el momento de hacerlo ya había pasado.
¿Será esta la famosa crisis de los cuarenta?
Espero que no. Porque los cólicos siguen y duelen.
Mucho más que saberse con 40.
Querer sin tener
-
Últimamente aparece más de lo que quiero, la impaciencia por quererte, la
impaciencia por tenerte. El tiempo del universo o Dios existe, pero no
puedo sopo...
Hace 8 meses
2 comentarios:
Jajaja!!! me has hecho gracia!!! Claro, yo tengo varios cuarenta cumplidos, bueno 1 y medio... pero un karaoke hizo tanto desastre??? o lo que lo acompañó??? Ojalá que ya estes bien .Besos Pilar
Gracias, Pilar!!! Ya estoy mejor... para otro karaoke. Aunque todavía no tengo los 40... es el miércoles.
Besos.
Publicar un comentario