sábado, 31 de enero de 2009

Good times

Calor... Plena siesta, verano tucumano. Imagínense unos 38º a la sombra.
Pelopincho obligada, Criollitas con mayonesa Hellman's y vuelta al agua.
El televisor Stromberg & Carlson proponía a Los Locos Adams (blanco y negro, of course) en su monoaural sonido.
Las jugadas típicas, los gritos típicos... los juegos clásicos dentro de la pileta, roja por fuera celeste por dentro, llena hasta la mitad porque "los chicos no saben nadar".
El Cola, nuestro perro, ladraba sin parar tal vez festejando quién sabe qué cosa. Tal vez por la impotencia de verse fuera del juego del que quería ser partícipe. Nadie lo sabrá hasta que algún día reencarnemos (si es que esto realmente existe) en algún can. Mientras no sea caniche toy, todo bien.
Hay sed por aquí, después de tanto despliegue lúdico. Con mis hermanas y algún que otro amigo, amiguito en realidad, buscamos saciar nuestra necesidad buscando en la heladera.
Yo no habré tenido más de siete años y mis hermanas, un tanto más grandes que yo (¿ven que les preservo identidad y años, sobre todo lo último?... je. Y pensar que fueron un tanto crueles conmigo a esa edad. No importa, igual las quiero) ya manejaban el sifón Drago con comprobada destreza.
Había que tener habilidad no sólo para llenarlo, con la garrafita que venía sino también para apretar el gatillo sin salpicar.
Su cuerpo acerado, transpirando cuando salía de su conservado clima, derramaba su burbujeante chorro en el vaso de los anhelantes sedientos.
Pero antes de que esto sucediera, una pequeña porción de líquido rojo estaba esperando en el fondo del vaso para transformar ese gaseoso elemento en la riquísima granadina, emblemática bebida de los años setenta.
Bien helada, con gusto a..... granadina. ¿Qué otro gusto podía tener? Un poco más de soda, más suave; menos soda, el gusto a jarabe más fuerte.
Fue la mejor alternativa cuando la Fanta Naranja (en botella de vidrio, por supuesto, pero la que tenía relieve no la de ahora) o la siluetosa Crush no podían visitar nuestra mesa. Ni qué hablar de la Coca Cola. Sólo para las fiestas.
Pero la granadina era más rica con soda, por supuesto y siempre en verano.
Con el ingreso de las gaseosas más baratas, la granadina fue perdiendo prestigio, valor y presencia en las mesas argentinas. La de los ochenta fue, creo, su última década de apogeo.
Ya en los noventa y en este nuevo siglo, se transformó en un elemento vital pero de tragos largos, bien onda barman.
Y de pasar a ser una de las botellas más vistas en la góndola del almacenero, fue a parar al super y a desaparecer del negocio del barrio.
Tuve que caminar varias cuadras, después de cerrado los supermarkets, para conseguir una. Ni siquiera la pude comprar en el característico negocio frente a la Plaza Independencia, que siempre se jactó de tener absolutamente de todo las 24 hs.
Unos metros más adelante, un negocio similar, me sacó del apuro.
"12 pesos, es un poco cara", me dijo como intentando amilanar mis ganas de comprarla.
Pero la necesitaba.
Me vine caminando las casi 10 cuadras pensando en lo mucho que cambiaron nuestras costumbres. En todo.
Ahora buscaba la granadina, inocente bebida infantil, para incorporarla a un trago cubano. Pruébelo si quiere. Disponga la misma medida (una sola) y en este orden de: ron, jugo de ananá, jugo de naranja (Inca en sobre, preferentemente), durazno (Baggio) y un 'touch' de granadina en un vaso largo con "harto hielo" como diría un ex compañero mío.
El degradé es sólo para admirar. Luego mezcle, relájese y disfrute. Es muy rico. Pero cuidado: más de tres, son peligrosos.
Pero si quiere puede tirarse a la pileta, en plena siesta de verano y salir a tomarse un vaso de granadina... con soda, por supuesto. Es igual de refrescante.
Y más inocente.

miércoles, 28 de enero de 2009

Su primera canción

No soy un geek... o sea, no soy un fanático de la tecnología pero me interesa. No estoy al tanto de toooodo lo que pasa pero tampoco me gusta estar desinformado.
Es por eso que de cuando en vez, que no es lo mismo que de vez en cuando, compro una revista tecnológica (tipo Users, Dr. Max, que al fin de cuentas son de la misma editorial) para estar al tanto de las novedades.
Me gusta la música, eso está de más decirlo puesto que salta a la vista, aunque muy pocas veces -tengo una canción perdida por ahí- me dediqué a la composición. No es cosa de agarrar dos o tres notas y hacer una canción. No soy Andrés Calamaro que sí lo hace y además, con apenas cuatro frases. Un genio. Siempre creí que lo simple es lo más complicado, en todos los órdenes de la vida. En fin, vamos a lo que iba.
En una de esas revistas encontré un programa (lástima, es de prueba por sólo ¡14 días!) que me fascinó: se trata de un editor de música, donde pueden grabarse por separado cada instrumento o voz (pistas o canales).
Uno puede grabar tanto la música que compone (si se tienen los conectores necesarios para la computadora -entrada MIDI-), o bien puede utilizarse la pre-grabada que viene separada por instrumentos y ritmos variados: partes de batería, guitarra, bajo, órgano, piano, y otras opciones. Además, se pueden usar efectos si se entiende un poco más (delay, compression, etc.). Es bien completo el programa. Es como un RASTI pero de música.
Estuve jugando un poco con él y apareció una de mis mellizas.
Me preguntó qué estaba haciendo y le dije que "jugando" con este programa, donde podía armar una canción "como vos armas los rompecabezas".
Le expliqué, en muy poco tiempo, cómo podía utilizar el programa. Lo captó inmediatamente. Y comenzó a "jugar".
Ya armó su primera composición. Le ayudé un poco, es cierto, pero el orgullo inmenso de que lleva la música adentro es incomparable. Dura 30 segundos su creación.
Para mí, la mejor de todas.
Sólo presionen play y disfruten. No sé si si lo harán como yo.




sábado, 24 de enero de 2009

Seru Giran

Gran banda argentina compuesta por el inigualable Charly García, el talentosísimo Pedro Aznar, el multifacético David Lebon y el carismático Oscar Moro.
Tuvieron varios éxitos: Viernes 3 am, Seminare, San Francisco y el Lobo, Peperina, No llores por mí Argentina, Popotitos, ufff... varios, realmente varios temas buenos.
Nosotros hacíamos una versión de Esperando Nacer, tema que me trae mucha nostalgia.
Aunque hubo un tema en particular que siempre me gustó, a pesar de su oscuridad.
Este, que les dejo, donde aparece el bajo de Pedro Aznar en su esplendor y la voz privilegiada de Lebon para lograr esos registros.
Esto para Ena, que me preguntó por la banda. No hay mucho de ellos en youtube, que tenga buena calidad de imagen y sonido. Por eso preferí este por su sonido.
El tema se llama Noche de Perros... temón. Hay una versión, más nueva, que la canta la gran Claudia Puyó con el Maestro Lito Vitale. Si pueden, no se la pierdan. Pero primero escuchen este tema.
Espero lo disfruten. Yo lo hago desde hace más de 20 años.
Me saco el sombrero antes y digo, "Con Uds., simplemente Serú..."

jueves, 22 de enero de 2009

Cambios


Solté la frase y al instante me dí cuenta: "No sé si cambie para mejor, pero cambié"...
En ese momento repasé todos los cambios que sufrí desde mi niñez. Fue casi mágico.
Mi cuerpo, mi casa, mi voz, mis gustos, mi escuela, del primario al secundario, otro cambio de colegio, de trabajo, de actitudes, de gestos, otro cambio de casa... cambié amores.

Angel, fiel compañero de notas y aventuras periodísticas, mejor amigo, actual y circunstancial compañero de trabajo, había definido una situación con su particular capacidad de síntesis: "Les digo a los afiliados que no los vas a atender porque estás escribiendo". Allí solté la frase en cuestión.
Cambios.
Siempre dije que fui malinterpretado. Debía tener una explicación a flor de piel cada vez que me concentraba para escribir. Nadie podía molestarme porque mi cara decía todo: todo lo contrario en realidad.
Entrecejo fruncido, ojos fríos, duros mirando el monitor, gesticulando cuando no salía la frase que uno quería... tan ensimismado estaba en mi tarea que muchas veces ni escuchaba a mi gente alrededor.
Improperios: varios, diversos y de todos los colores cuando no salía lo que uno quería escribir y se daba cuenta que no tenía sentido lo que uno intentaba expresar.
Mejor no les cuento cuando uno iba por la mitad de la nota y se cortaba la luz, en las tardes/noches de calor tucumanas. Hoy, me sonrojo recordando.
Algunas veces me iba al extremo: música a todo volumen (gracias walkman), rock 'n roll preferentemente, si quería que las cosas surgieran rápido y con cierto tono positivo, anteojos oscuros... en fin, cosas de juventud.
Hoy, tengo los lentes puestos, los chicos corretean a la vuelta mientras escucho de fondo las estridentes risas y voces de los canales de televisión dedicados en exclusiva para ellos (nadie les avisó que existen personajes como La Pantera Rosa, El Correcaminos o Tom y Jerry, que no hablaban?... Dios).

Cambié muchas cosas: dejé el cigarrillo, volví a los deportes, ahora tomo más vino que cerveza... cambios. Algunos imperceptibles, otros más profundos, más pensados, más trascendentes.

Sin embargo, con Angel hablábamos un poco más sobre el tema.
Lo importante es que la esencia no cambie. Eso que te hace único frente a los demás. El resto, pueden ser cambios superficiales o mejor, acomodamientos a las distintas realidades.
Nadie sabe cómo le va a cambiar la vida en una semana escuché por ahí.
Claro, es que hay veces que uno no busca los cambios. Lo encuentran.
Entonces hay que tener la capacidad del río de adecuarse según las estaciones del año.
Pero a pesar de todo, no dejar de ser río.
En la ruta del aprendizaje uno puede adquirir conocimientos valederos que ayudarán a convertirse en mejor persona. O no.
De uno depende.
Y que los cambios, no terminen por transformarte de manera que ya nadie te reconozca.
"No cambies nunca"... ¿no te lo escribieron alguna vez?

jueves, 15 de enero de 2009

De amantes, clima e historias de taxi


La culpa la tienen Pinina y la Tucumala.
En sus blogs hablaron de temas que tenía en mente tocar para otra oportunidad o en algún rapto de inspiración divina pero se adelantaron.
Los amantes, el clima y las historias de taxi.
Ahora tendré que hacerlo todo junto.
Será cuestión de intentar amalgamar todo en una sola historia.
Veamos, entonces, "si las musas se han acordao de mí...".
Según Pipina, tengo muchos amantes. Y que todos debiéramos salir a buscar amantes. No se trata de concretar las locas fantasías sexuales ninfomaníacas. No pasa por ahí.
Tener amantes es tener y disfrutar de todo lo que nos apasiona según la lectura que puede hacerse en su último post.
La música, el leer, el vino, el deporte, la amistad, son cosas que me apasionan. Por lo tanto soy un amante por horas de todos ellos. Les dedico mi tiempo, algunas veces demasiado, de manera salvaje y pasional; otras, callado, dulce y gozando de lo que me brindan; en ocasiones abandono sus bondades por un tiempo y luego regreso desesperado para buscar mi alimento, tan necesario, para el alma. Y el cuerpo.
Muchas veces depende del clima. No es lo mismo un café calentito, un buen libro, relajada lectura en el cálido hogar mientras cae la fina lluvia de invierno y escuchas pasar los autos por la calle dejando esa estela de agua tras de sí.
O cuando una noche de claridad absoluta, con la luna llena en lo alto y acompañada de sus buenas estrellas, bañan con su luz la confección, preparación, desarrollo y cúspide de un asado entre amigos regado con un buen vino, una conversación imperdible teñida de anécdotas y buenos recuerdos, confesiones y humoradas para romper el clima. Como el éxtasis de una noche de amor perfecta.
No se compara al abrazo de ese cuerpo que siempre está dispuesto, de medidas justas, que acaricio lentamente o con agitadas pulsaciones según la ocasión me lo permita.
Aprieto su cintura contra la mía, dejo que mis manos se guíen de manera intuitiva como lo hice siempre, esperando la adecuada reacción ante cada leve presión de mis dedos. Y sale de su boca lo que quiero oir, lo que espero oir y me dejo llevar por su melodía sintiendo que somos uno solo a pesar de sabernos diferentes. Y me espera aunque sepa que cuando acabe voy a dejarla. Me espera para otra vez que quiera tocarla, para cada vez que quiera sentirla, cada vez que quiera cantar. No hay climas para que toque mi guitarra. Salvo el que se crea cada vez que estamos juntos.
Al final, no sé si cumplí. Me faltan las historias de taxis. Son muchas, con muchos matices. Hay de las buenas, de las malas, lúgubres, historias de vidas contadas por personajes que pueden fácilmente ser guionistas de algún unitario televisivo aunque hoy no se necesita demasiada imaginación para cumplir ese requisito.
La verdad, da para otro post.
Hubo una en particular que me turbó. Fue una donde el chofer se bajó de repente cuando pasaba por el frente de un hotel alojamiento céntrico, agarró de la mano a la casi adolescente muchacha a punto de ingresar a la vieja casona, le recriminó lo que iba hacer casi insultándola y volvió a subirse al taxi.
El era un hombre casado, con hijos grandes y casi cuarentón. Ella su vecina, casi 17, terminando la secundaria y su amante.
El novio quedó espantado, sin lograr concretar su deseo antes de la aparición del misterioso personaje y mojándose en la puerta.
Claro... esa tarde llovía.

miércoles, 14 de enero de 2009

Fue amor

Sólo eso. Una de mis cantantes favoritas.
Con uds. Fabi Cantilo y un temazo de Fito Páez.
Just that.

lunes, 12 de enero de 2009

Olores a infancia


Cada vez que tomo la ruta 9 rumbo al norte, camino a San Pedro de Colalao, no puedo evitar que me invada la ansiedad.
No es sólo el hecho de viajar. Me gusta hacerlo las veces que puedo y no siempre me provoca esa sensación.
Ir a ese lugar tiene un gusto especial porque pasé las primeras vacaciones que recuerde. Era a mediados de los setenta cuando mis padres lograron comprar un terreno, con mucho esfuerzo, a un kilómetro de la villa.
Antes de conocer nuestra futura casa dormíamos en una habitación de una casa antigua, a la vuelta de la entonces terminal que estaba al frente del bar de los Nieva, característico punto de encuentro de la villa veraniega por estar al frente de la plaza.
En esa casa ví por primera vez cómo carneaban un animal: el cordero tirado de espaldas en un tablón, con el cuello cortado por donde le salía un líquido verde y otro rojo. Mi curiosidad fue más fuerte que el temor que me causaban sus desgarrados gemidos de dolor y muerte. Mi primer enfrentamiento con el sufrimiento también.
No entendía en ese momento qué sucedía. Tampoco recuerdo haber comido su carne. Sí vienen a mi memoria mi hermana mayor, entre mi papá y una guitarra, intentando aprender algunas posiciones y tratando que lograra el rasgueo.
Luego de varios actos fallidos, le pregunté a mi padre si podía enseñarme. Eran dos notas con las que toqué mis primeras tres canciones. Habré tenido seis años. Menos quizá.
Un día de calor y peleas con mis hermanas, me fui caminando sólo donde mis padres construían la casa. Mi tío estaba sentado tomando... mate digamos, a las 11 de la mañana, junto a los albañiles.
También fue el primer reto grande que recuerdo.
Cuando al fin fuimos a nuestra casa, humilde pero cálida, era todo una aventura. No teníamos electricidad, porque no nos habían habilitado la corriente aún. Ni hablar de cocinar con gas.
Pero eso no era problema. Teníamos los quemadores, los sol de noche y los veladores. Había que ir al Turco Atim, el dueño de la proveduría de la zona en pleno centro que vendía de todo, para conseguir el combustible para no quedarnos a la luz de la velas.
Un poco más abajo estaban los deliciosos sánguches de milanesa que vendía doña Mary que eran nuestra cena.
Las noches, eran mágicas. Las estrellas, la luna, las luciérnagas o tucu tucu, el ruido del río que pasaba a menos de una cuadra de casa. En tiempo de crecidas, su bramido era aterrador.
Recuerdo los días de sol, los paseos en bicicleta, el caballo de Moisés que nos prestaba sin problemas, ir a comprar el diario a la villa o el pan, el olor a tierra mojada después del chaparrón de la tarde, infaltable; la naturaleza toda.
Mis pocos amigos, mis primeros intentos de galanteo, la música de los Bee Gees y Chicago, que pegaban con dos temas lentos tremendos: "How deep is your love" y "If you leave me now". El grabador que no se cansaba de repetir el cassette con los temas de la película Grease.
Las distancias que no eran distancias, volver de noche con una linterna porque no se veía el camino, todos abrazados, el auto casi nuevo de papá y su olor a cuero y vinilo en las noches eternas de radio (AM por supuesto); el olor al café con leche de la mañana, a humo de leña hachada recientemente por el marido de Nina, la vecina; al mate cocido de la tarde, al bollo con chicharrón, a pasto recién cortado... al río de Chulcas para recoger berro y comer en la ensalada. A las siestas silenciosas.
Porque todo tiene olor a infancia.
Ayer estuve en San Pedro dominando mi ansiedad cada vez que regreso, pero los olores ya no están. Sólo el canto del río que es el mismo, y el sol y las nubes de la tarde, siempre puntuales, con la plaza bulliciosa de niños, cada vez más niños; con los caballos de alquiler siempre rebeldes; con las sillas de los bares en las veredas; con los jóvenes madrugando al mediodía...
No pude ver las estrellas ni la luna... pero sé que ellas están.
Aguardándome con los perfumes de infancia, que nunca debería perder.

martes, 6 de enero de 2009

El mejor regalo


Hoy fue día de reyes. De regalos y sonrisas de niños ilusionados por tres personajes casi místicos que pasaron de noche mientras ellos dormían sus sueños, dejándoles presentes deseados o no, pero que los tenían merecido porque "se portaron bien".
Por eso los obsequios. Por eso la ansiedad de descubrirlos de madrugada, espiando con un ojo para ver si los camellos comían lo preparado con devoción. Si no quedó nada, seguro pasaron y dejaron los paquetes al lado de los zapatitos nuevos, relucientes.
Me preguntaron qué habían llevado para mi casa. Contesté casi automáticamente cuáles fueron los regalos que recibieron los niños.
"¿Y el tuyo?", siguió la pregunta. "Nada", dije sin pensar. "No me habré portado bien", concluí equivocadamente la respuesta.
Luego reparé en esos ojitos llenos de ilusión, en la desesperación por romper la envoltura, en la delicada preparación del ritual que año a año, por generaciones, se repite: preparar el pastito, el plato con agua, dejar los zapatos.
Rememoré mis días de reyes y los ví reflejado en mis hijas, sus miradas llenas de esperanza, en el brillo de la inocencia.
A mi hijo más chico no lo pude ver, pero casi.... me lo imagino igual. Con los ojos abiertos de par en par, dejando entrar la sorpresa y reflejando felicidad en la plenitud de su expresión intentando armar, jugar, todo al mismo tiempo.
¿Cómo que los reyes no me trajeron nada?...
Me trajeron mis recuerdos de la niñez, renovaron mi felicidad absoluta, mi inocencia casi perdida, me devolvieron mi casi arruinada capacidad de sorpresa, me reflejaron mi amor en los ojos de mis pequeños y en el sacrificio de mi esposa por mantener viva la tradición, me devolvieron la fe...
Ayer mi esposa me dio el regalo más lindo. Me comentó que una de mis mellis dijo "estoy contenta con los padres que tengo".
Sentí un estremecimiento en mi corazón que se llenó, completamente.
Y no hay regalo que reemplace esa frase.
Si Ud. está leyendo esto, seguro que tiene unos años más que mis pequeños.
Si cree que los reyes no le trajeron nada porque "ya es grande", piense.
Quizá, tal vez, el regalo está donde aún no miró.
Sí, junto a los zapatos de los niños.

viernes, 2 de enero de 2009

Amores perdidos

Imagen nocturna de la ciudad de San Miguel de Tucumán vista desde el Cerro San Javier.


Primeros segundos de una película. Dos jóvenes coinciden en un bar, cruzan miradas, sonrisas cómplices y más miradas acompañadas de cierto rubor.
Después, cada uno toma un rumbo diferente y en la puerta, sus pensamientos se remiten al otro con un "ya habrá oportunidad".
En la siguiente toma, el protagonista es levantado literalmente por los aires por un vehículo y muere tan rápidamente como ella tardaba en dar vuelta la esquina para no verlo, ¿más?...
Claro, es una película y ella sí vuelve a verlo encarnado como "la muerte" que viene a llevarse a su padre.
La película la protagoniza Brad Pitt junto a Anthony Hopkins (Meet Joe Black) y tiene un final trágicamente feliz.
Pero, ¿quién no tiene un amor perdido, inconcluso, deseado, frustrado tal vez?...
Creo que todos, en algún instante de nuestras vidas, nos preguntamos "¿qué hubiera sido si...?" ese amor infanto-juvenil, esa pasión adolescente, ese amante intruso, ese/a hombre/mujer no sólo irrumpía en nuestra historia como una exhalación o una tormenta de verano sino que se quedaba definitivamente a latir al compás de nuestro corazón.
No se trata de remover las chamizas de un delicado romance o una loca aventura. Se trata de la incertidumbre de lo que no fue.
Hoy no hablaré de mí, si me permiten ser reservado en este tema.
Me remitiré a una historia que llegó a mis oídos casi a manera de confesión, hace un tiempo largo ya, luego de una noche en que los vahos del humo y el alcohol aflojan no sólo los cuerpos sino también las pesadas cargas del alma que sobrellevan escondidas pasiones.
En plena fiesta menemista de los '90, cuando todo aquél que tenía trabajo podía alcanzar sus máximas fantasías terrenales en cómodas cuotas, Fabián consiguió un trabajo que ayudaba a mantener su nuevo estilo de vida.
La moto que había anhelado en su etapa de niñez viendo a su tío montado en esa tosca pero portentosa Puma de los setenta llegando a su casa, era una realidad hacía meses. Aunque sus 24 años requerían de un vehículo acorde a sus viriles deseos: una Honda Transalp '89 fue la cúspide de su hombría por más que supiera que era un arma de doble filo y ya había traído tristezas al hogar. Igual se la compró. Siempre le habían gustado esos colores, blanca con líneas rojas y azules.
Una tarde volvía de su trabajo pensando en qué rumbo nocturno le impartiría a su máquina cuando se dio con la noticia que abortaba todo intento: tenía visitas en casa.
Su primo Antonio, que venía de una provincia vecina y al que no veía desde que eran apenas unos esquálidos aventureros que cazaban cotorras a la siesta, llegó a la ciudad para anunciar que se casaba en apenas dos meses y casi suplicar que se cumpla su deseo: "que los tíos sean los padrinos de la boda".
La alegría era doble. Además de la sorpresa por su llegada, la noticia de pasar al "otro bando" lo llenó de felicidad. Fabián estaba contento. Y orgulloso porque su padres serían los padrinos.
Miguel, su papá, era como un padre para Antonio. De chico había quedado huérfano tras un accidente de sus "viejos" en la ruta cuando iban en la destartalada Puma y Miguel lo encaminó en sus primeros años de rebeldía. Pero no a la vieja escuela de castigos y cintarazos. Fue pura comprensión y amor. Algunas veces Fabián envidiaba la situación de su primo por cómo lo trataba "su" viejo. No lo entendía. Su madre terciaba dulcemente para que su nene comprendiera lo incompresinble: la alta traición paterna. Así lo sentía Fabián hasta que Antonio se fue a vivir con otros tíos en la vecina provincia. Lo extrañó un tiempo pero no mucho. Menos, el compartir el amor de su padre.
Los años pasaron y las esporádicas escapadas de su primo a su casa eran vividas "a full" en las alocadas correrías adolescentes. Compartieron amoríos, borracheras, canciones y alguna que otra tropería.
El tiempo, ese socio silencioso de lo inexplicable, los fue separando. Hasta esa noche.
"Mañana llega mi novia. Quiero que la conozcan", dijo en algún momento en el que no era importante. Menos para Fabián, que sólo quería recuperar el tiempo perdido con su primo.
Lo invitó a dar una vuelta en el reluciente caballo metálico. Pero prefirieron destapar un par de birras más. Norte, por supuesto. Se quedaron conversando toda la noche.
Al día siguiente llegó Pamela. Era... cómo decirlo.
Todo ella era un poema. Su larga cabellera que olía a jazmines, sus ojos verdes hacían un cóctel mortal con el castaño de sus cabellos y su figura trazaba siluetas provocativas cada vez que cortaba el aire.
A Fabián se le heló la sangre cuando la vio. Fue un instante, un flash, un segundo en el que sus miradas se cruzaron... y lo supieron. Apenas si se hablaron ese día.
El después fue más duro todavía. La imagen de su primo, de sus padres como padrinos de boda, de su tío al que amaba con locura y le había heredado la pasión por los fierros, de su niñez feliz, era demasiada conspiración para sus fantasías.
Igual se le colaba entre sueños como un golpe doloroso de látigo, el contacto piel a piel con esa mujer que no sería su mujer.
Su primo volvió a su provincia por razones de trabajo pero ella no. No tenía apuro. Era profesional, tenía su trabajo pero no comenzaba hasta dentro de un mes.
"¿No se molestan si me quedo un par de semanas más?", dijo en el almuerzo y fue un acto criminal, premeditado.
Fabián casi se atragantó. Los padres de él proliferaron en porfavores, en que estaban encantados que ella se quede "el tiempo que quiera", que así podían conocer a la sobrina un poco más y cada frase era una estalactita que caía filosa en la sien del angustiado enamorado.
Fabián sólo sonrió cuando se lo preguntaron. Apenas si soltó un "si ella se siente bien..."
Pero no buscó la mirada de Pamela. La evitó como a ella toda la tarde y prácticamente toda la noche.
Ella fue más frontal. Lo encaró cuando estaba terminando de limpiar su moto en el garage.
"¿Vas a salir?... Me gustaría pasear un poco", le dijo casi ronroneando.
La transpiración comenzó a bajarle lentamente por la espalda y el corazón a latirle con fuerza. Temía que lo escuche. Por eso subió, encendió la moto y sin pensar le dijo: "Subí"...
Sus brazos le quemaron el pecho y su aliento lo embriagó mientras conducía sin rumbo, sin saber siquiera si quería detenerse. Estaba en el cielo. Se sentía en el paraíso.
Fue cuando el beso lo paralizó por completo y lo despertó del ensueño. La culpa lo rescató por un instante de la locura. Paró la Transalp. Se bajó. Caminó unos pasos mientras movía la cabeza hacia los lados lentamente. Estaba desorientado.
Pero la locura, se sabe, es eso... locura. Y desandó sus pasos rápidamente a su encuentro en búsqueda de su boca, de sus labios, de su cuello, de sus manos, de su piel y de todo ella.
El resto, no es apto para menores. Pero no necesitan demasiada explicación. Su imaginación los conducirá al lugar indicado y a las horas necesarias donde los amantes dejaron suelta también la suya. El regreso fue en silencio.
Fabián sabía que no podía volver a suceder. Pero se equivocó. Sucedió todos los días, a la misma hora, con la misma frecuencia, luego de que él salía del trabajo.
Se amaban sin decirse nada. Se buscaban primero con pasión, después, lentamente, saboreándose hasta los últimos restos de amor que les quedara.
El último día ella habló.
-Después de hoy, será como que nunca hubiera sucedido.
-No me digas eso. Sabés que no puedo estar sin vos, Pamela.
-Tendremos que acostumbrarnos a creer que esto no pasó. Yo seguiré mi vida y vos la tuya. No nos podemos hacer más daño, Fabián.
El se quedó en la punta de la cama dándole la espalda.
-Yo te amo, Pamela. No me hagas esto.
-Yo no lo sé, Fabián. Siento mucho por vos pero no sé si es amor.
Eso le caló en dos el corazón. Se dobló de dolor. Sintió ganas de vomitar, de salir corriendo, de llorar, de matarse por la deslealtad hacia su primo. Cuando sintió su mano en la espalda, dio un salto y se paró de una vez para vestirse mordiéndose los labios por no desnudar su rabia y su impotencia.
Agarró su moto y salió como un caballo salvaje en búsqueda de redención. La madrugada lo encontró casi sin abrigo, al costado de su moto, llorando como un niño al pie del Cristo bendiciente en la cima del Cerro San Javier.
No sabía cómo había llegado allí. Lo único que sabía era que buscaba perdón, que alguien le quitara ese dolor infinito que salía de sus entrañas y lo martirizaba minuto a minuto, hora a hora.
Al día siguiente ella se fue. Su primo se casó con Pamela pero él no fue a la ceremonia ni a la fiesta porque de su trabajo lo enviaban a un curso de capacitación. Dios se había apiadado de él.
"Es la oportunidad que estuve esperando todo el año... me entendés Antonio, ¿no?", le intentaba explicar a su primo para convencerlo además que seguramente ya tendría oportunidad de visitarlos. Algún día.
Nunca fue. Nunca más quiso saber de ellos. Sus padres sí fueron seguido a visitarlos y ella, gentil, preguntaba cómo estaba Fabián. Siempre quería saber de él. El no.
"¿Nunca más pensaste en ella?" le pregunté esa noche, no hace mucho, en una ronda de confidentes amigos, cerveza y puchos mediante.
"No... hasta hoy. No sé por qué. Nostalgia tal vez", dijo mientras llevaba el vaso a su boca para sellar sus labios definitivamente.
"La pucha..." atiné a decir, aunque sonó a poco.
El silencio se llevó nuestros pensamientos hasta que un "Salud por eso" rompió el suspenso y luego salimos con la excusa de comprar más cervezas.
Necesitábamos un poco de aire fresco.

Y Ud. estimad@ lector... ¿acaso no tiene una historia para contar, tal vez?